En las últimas semanas me he dado cuenta que, en determinadas ocasiones, a las mujeres se nos enciende un «chip de alerta» que hace que tomemos precauciones cuando pensamos que podemos ser atacadas. Y, mientras tomamos precauciones, empezamos a pensar que somos unas exageradas.
Estas semanas he escuchado historias de mis amigas relacionadas con este estado de alerta. A estas historias se suma una experiencia personal. El sábado por la noche salimos a cenar tres amigas y a las 2 de la mañana nos encontramos con un tío que iba en bici. Este tío, que iba en bici y no tenía por qué ir a nuestro paso, nos siguió durante un rato y nos esperó en 4 esquinas diferentes. Sí, éramos tres contra uno y, tal vez, el chico sólo quería entablar conversación pero nos sentimos perseguidas, no nos quitaba el ojo de encima y solo lo perdimos de vista cuando entramos en el metro para despistarlo. Estuvimos un rato esperando dentro de la estación y al salir ya no estaba.
He pensado que la mejor manera para dejar de sentirnos unas histéricas es que compartamos nuestras vivencias y sensaciones, así que he pedido a mis amigas su colaboración en este post. Aquí os dejo con sus historias:
Cuando regreso a casa por la noche siempre experimento esa sensación
de miedo, de que alguien puede estar ocultándose en cualquier sitio. La
entrada de mi edificio está diseñada de tal forma que hace posible que
alguien pueda ocultarse detrás de una pared o en las escaleras. Ya me
ocurrió en una ocasión que, al entrar en mi edificio con mi hermana, un hombre
desconocido estuviese escondido allí. En aquella ocasión, qué coincidencia, mi padre salió del ascensor en ese preciso momento para tirar la basura. El
desconocido no era una persona violenta (tal vez fue a mi edificio tan sólo
para pasar la noche, a modo de refugio) y no puso ningún impedimento
cuando mi padre le dijo que saliera de allí pero, aún así, especialmente
desde entonces, la posibilidad de que alguien se oculte en el portal se hizo
especialmente factible para mí.
Es una sensación especialmente desagradable porque ya no atañe al espacio
público sino al privado, en el cual, supuestamente, una persona debería poder
sentirse segura y, sin embargo, esto no es así en mi caso hasta que cierro definitivamente la puerta de mi casa.
Desde hace muchos años, cuando regreso a casa por la noche, siempre le digo
a mis amigas que se esperen hasta que enciendo la entrada del portal y llamo
el ascensor; en el caso de ir sola, me gusta coger el móvil (sé que no me ayudaría
en caso de tener un problema real pero a mí me da seguridad); también suelo
llamar el ascensor y volverme a la entrada del portal hasta que el ascensor se
abra; así, en caso de que vea algo raro, siempre tengo la salida más cerca.
A.Pla
Yo soy experta en sustos, sobretodo, cuando era adolescente. Más de una vez me sentí perseguida por la calle y no me equivoqué. A los 13 años fui atacada por un tipo a unos 15 metros de mi casa. Yo iba a la escuela y él salía de un parking que hay justo al lado de casa. La peculiaridad de este parking es que tiene la rampa escondida por un muro (en la que los pequeños se esconden para jugar y los no tan pequeños… para otras cosas). Eran las 07.30 de la mañana y pasé, como cada día, por delante del parking. Esta vez, no tuve suerte, un tipo me agarró por detrás y me tiró al suelo. Me arrastró hacia la rampa del parking y consiguió bajarme las medias y la ropa interior. Tenía la boca tapada y estaba muerta de miedo. No podía moverme porque el tipo me agarraba fuerte. En un momento de “pelea”, conseguí pegar un grito y un señor que pasaba justo en ese momento, vio la situación y empezó a increpar al tipo. Éste se asustó y se deshizo de mí pegándome un empujón. Quedé, tirada en el suelo como una muñeca rota y temblando. Es una sensación muy extraña.
Lo más triste es que ésta situación similar se repitió a los 15 años (en una portería) y a los 17, cuando iba al instituto, en la calle Escorial.
Si realmente esta historia puede ayudar a que otras adolescentes y/o adultas puedan evitar ser atacadas, por favor, no dejes de publicarlo. No somos unas exageradas ni unas paranoicas. Sólo somos personas que seguramente, por una educación errónea y totalmente equivocada y muchas veces promovida por las propias mujeres, creemos que debemos aguantar este tipo de ultrajes y abusos.
Sara
No sé si podría llamarle el sexto sentido de las mujeres, pero existe y es real. Es el instinto con el que no naces pero si te vas haciendo. Es al de la supervivencia física, al miedo y terror a ser acosada sexualmente, tanto verbal como físicamente. Poco a poco te haces a ello, evitas según qué calles o cruzas directamente para tomar otra dirección. Evitas miradas o según que gestos o vestimenta, ya que piensas que no compensa. Pero te das cuenta de que demasiadas veces no está en ti está en ellos. Si he de escoger algo que no me guste de ser mujer es esto, el instinto que debes desarrollar para no tener un mal susto. Muchas veces depende del día y de cómo te coja contestas con frases más o menos simpáticas. Recuerdo un día que estaban haciendo obras justo al lado de mi casa, era un chico más o menos de mi edad y en medio de mi calle (la calle en donde vivo y la casa en donde debo entrar cada día) me dijo “qué guapa eres” y me giré y le contesté “guapa sí, pero sorda no” y entré en casa. Al volver a salir de casa al cabo de un rato el chico el chico se disculpó y yo pensé, es que si tengo que aguantar este tipo de comentarios hasta que acaben las obras estaré incómoda cada día y no pienso consentirlo. Otras veces el miedo me ha superado y he cambiado la ruta que estaba haciendo caminando, he cambiado de vagón en el tren o directamente bajado del metro. No me gusta que me hagan sentir así, como mujeres tenemos derecho a exigir no ser tratadas así, pero el tema de la potencia física de ellos siempre nos juega en contra, deberemos seguir tirando de instinto.
Steph
Estaba en el metro, en las escaleras mecánicas y un hombre se me puso al lado.Me dijo que era muy bonita y le contesté que gracias. A partir de aquí, parece que no ignorarlo fue un error. Para él un simple «gracias» resultó ser una especie de barra libre. El hombre quería invitarme a café, y educadamente decliné su propuesta. Pero el insistió y saliendo de las escaleras mecánicas empezó a perseguirme. Me giré y le respondí que había sido amable con él, pero que no tenía absolutamente ningún interés en tomar un café. Seguí andando, rápido y el hombre empezó a perseguirme otra vez. Al final tuve que escaparme de él cruzando una calle llena de coches. Me tocó correr a fondo y cruzar por delante de un coche para que él no pudiera perseguirme y me metí rápido en el portal.
A veces sorprende que tengan la idea de que cuanto más insistas, más probabilidades de éxito.
Aina
Fue en mi viaje a Méjico, viajas con todas las recomendaciones del mundo, no hagas autostop, no saques dinero del cajero a ciertas horas, no subas a taxis autorizados (que no pagan impuestos)…Pero una noche se los fue la hora y en una pequeña localidad del Caribe mejicano no encontramos ningún taxi autorizado y teníamos dos opciones caminar en plena noche hasta el hotel a través de manglares o coger un taxi no autorizado.
Cogimos un taxi no autorizado, subimos mi amiga y yo, le dimos indicaciones para llegar al hotel, y en medio camino recogió una chica, nos preguntó si nos importaba, contestamos que no, parecía que se conocían y empezaron a hablar en su lengua (dialecto indígena de la zona). Era una situación rara, pero como era otra chica….El problema fue que pasaba el rato y no reconocíamos el trayecto hacia el hotel que tantas otras ocasiones habíamos hecho y entonces sí que nos asustamos, tanto que estuvimos, y no exagero, a punto de saltar del coche en marcha. Empezamos a hablar en catalán para planear en que momento hacerlo…pero afortunadamente antes de hacer esta locura vimos un indicador del hotel. El pobre hombre simplemente tomo un atajo. De ahí que no conociéramos el camino de vuelta.
Susanna
Volvía de un viaje a Italia para visitar a mi familia y para aprovechar al máximo el tiempo disponible he organizado la vuelta a Barcelona con el último vuelo disponible del día. Como suele pasar en estos casos el avión tenía un retraso de unos 40 minutos por lo que llegué al aeropuerto a las 12:50h, justo unos minutos antes de que saliera el último airbus. «Bien-pensaba- me he ahorrado los 35 € de taxi….» pero luego empecé a pensar en mi trayecto de Plaza Cataluña a mi casa, cerca del Mercado de Santa Catalina. Se trata de unos 10 minutos andando, el problema es que a las 2 de la mañana cargada con una maleta y una mochila este paseo nocturno no es posible, desde que, en mí ya inseguro barrio, se han «trasladado” (digámoslo así) un grupo de chicos árabes de unos 14 años que parecen salidos de la peli «Ciudad de Dios» y que se pasan el día merodeando por los alrededores del mercado aspirando cola. Sí, tal y como lo digo: con la bolsa de cola en la cara y con el cerebro del tamaño y misma utilidad de una uva pasa.
Gracias a mis nuevos vecinos tuve que organizarme y pagar un taxi para recorrer un trayecto de 10 minutos caminando. ¿Por qué soy una chica? no lo sé, creo que un chico también está en riesgo de que le roben arrastrando una maleta a esas horas y en ese barrio, claro está que las chicas siempre tenemos las de perder, o en este caso nos arriesgamos a perder más cosas que un chico. Todo esto sumado a cómo me miró el taxista cuando le dije que me tenía que llevar a una dirección que está 3 minutos en coche des de Pl. Cataluña: «otra histérica» habrá pensado…
Giulia.
Aquí va también la versión de mi amiga Marta, muy diferente al resto.
Jamás he tenido este tipo de miedo. He viajado sola a países árabes y he estado sola en la calle por la noche y jamás he tenido malas vibraciones.
Como veis, la mayoría de veces no ocurre nada, pero cuando pasa lo que le pasó a Sara, te marca para toda la vida. Mientras algunos hombres sigan utilizando su fuerza física para abusar de nuestro cuerpo o simplemente para invadir nuestro espacio, seguiremos sintiendo miedo.
¿Exageramos cuando sentimos miedo? Juzgad vosotros mismos
«En 2013, según la última memoria del Ministerio del Interior, se contaron 1.298 en España, 18 más que el año anterior. Esta cifra atañe únicamente a «agresiones con penetración», es decir, que no incluye un sinfín de abusos sexuales en los que la mujer no llega a ser penetrada. El número de denuncias es mucho mayor: 2.859 correspondientes a menores, y 10.621 presentadas por adultas, según la “Asociación de Asistencia a Mujeres Violadas.”
Información publicada en la revista Yo Dona